jueves, 2 de marzo de 2017

UN BARRIO EN SU CORAZÓN

Caminaba sobre sus empedrados que alguna vez sus suelas habían dejado sus marcas corriendo detrás de aquella bola de goma que picaba como si tuviese un sapo adentro.
Recordaba aquellos desafíos contra los chicos malos de la otra cuadra, donde él era el más pequeño pero al que más buscaban derribar, ya que su rapidez hacia surcos cada vez que se apoderaba de la redonda. A él le gustaba ser el faro del equipo contrario, porque eso lo hacía sentirse igual de grande que ellos.
El paso por la puerta del colegio le traía las primeras imágenes de esos bailes donde la distancia era tan marcada entre chicos y chicas en cada lento, que parecía un ensayo en el liceo militar.
Cuántos recuerdos que se vuelven nítidos con tan solo cerrar los ojos un momento. Cuántos gritos de los viejos vecinos ante cada estruendo símil a bomba terrorista en el portón de chapa de las casas. Cuantas frenadas de auto y bocinazos para no terminar con lesionados aquellos partidos en la calle, convertida en estadio de fútbol por ese entonces. A veces uno se detiene en el tiempo y no cambiaría nada de todo lo vivido, porque ahí se vivía feliz, se corría sin importar a dónde, se gritaba sin importar quien escuchaba y los únicos miedos que habían eran los de llegar a casa todo embarrado y que la vieja te rete porque tenía que volver a lavar tu traje de guerra.
Ahí sí que había códigos, porque el barrio tenía sus reglas y cada uno las respetaba. Cada uno tenía su lugar asignado en las cercanías del kiosco más popular del lugar, y nadie intentaba ocuparlo, más allá de las rivalidades. El kiosco de Lidia, así lo llamaban, era la mesa de cada previa antes de salir con algún rumbo en esas noches adolescentes, era el que los acobijaba ante cada evento importante, ya sea musical, deportivo o de lo que fuera y en el que se daban charlas eternas que a veces llegaban a ser presenciadas por el sol que iba despertando. Cuantos momentos, cuantas caras que hoy ya no están pero que nunca se irán, porque el barrio se encargó de guardar su propia foto en el baúl de sus corazones.
Hoy él volvió a pasar por el barrio, volvió a pasar por el lugar donde aprendió casi todo lo que es,  volvió a recorrer su patio, el sitio dónde siempre fue feliz y de dónde nunca se fue su corazón.